Este ritual de origen ancestral basa su éxito en las incalculables propiedades de las piedras minerales. Con ellas, la terapeuta realiza una serie de maniobras que desencadenan multitud de beneficios en el organismo, promueve la circulación sanguínea, armoniza la energía vital, refuerza el sistema inmune, fortalece la musculatura facial y mejora el estado de la piel, otorgándole firmeza, nutrición e hidratación.
Este tratamiento promueve la circulación sanguínea y la energía, refuerza el sistema inmune, activa la función de los fluidos, los tejidos y las fibras corporales, para ayudar al fortalecimiento de los músculos faciales y el buen estado de la piel. Al estimular el sistema linfático, se favorece la eliminación de las toxinas. A su vez, se oxigenan los músculos permitiendo que estos vuelvan a su posición natural, pues debido a los micro gestos y tensiones a los que se ven sometidos diariamente, estos van modificando su estructura. Además, no hay que olvidar que los músculos faciales manifiestan cómo nos sentimos y son el reflejo de nuestras emociones y del estrés, al contraerlos y apretarlos repetidamente durante miles de veces, se provoca un estancamiento y bloque del flujo sanguíneo.